lunes, 18 de marzo de 2013

«En algún lugar he oído decir que son tantos y tan variados los entierros como los nacimientos. En efecto, lo son, y en exceso, pues un bebé solo puede nacer de una de las dos maneras posibles, o por la cabeza o por los pies, pero un cadáver puede descender entero o a pedazos, de perfil, a lo largo o con las rodillas tocándole la barbilla. Existen los entierros de ciudad pequeña y los funerales de Estado, el entierro de la cosecha y el entierro de las heladas. En una región del Ganges, es costumbre meter en un cajón el cuerpo del cadáver con los huesos fracturados; y hay lugares en los que se entierra el cuerpo erguido o de espaldas, cabeza abajo o metido en una urna, es decir, incinerado; otra variante consiste en colocar el cuerpo sobre una pila de piedras calcáreas para ser devorado; o en sarcófagos, con embalsamamiento y estiramiento de tripas; en trincheras, en tumbas, en valles o en montañas; entierros superficiales y entierros profundos. En algunos, la comitiva marcha a pie tras el féretro y en otros lo siguen en carruajes, a algunos solo se les sigue con el pensamienton y a otros no les sigue nadie; unos tienn un rito cristiano y otros pagano, a muchos se les despide en la iglesia durante una hora y a otros se les despide con vino y canciones, se les cubre con hojas frescas mientras el asno rebuzna en la plaza del mercado y el sonido de la prensa de vino se asemeja al discurrir del primer lamento de una muchacha».

El almanaque de las mujeres, Djuna Barnes.